viernes, 18 de diciembre de 2009

LOS REYES MAGOS SÍ EXISTEN

¿Alguno de vosotros -permitidme la licencia del tuteo- vio o escuchó alguna vez a los Reyes Magos? ¡Yo sí! A ver, me explico, jamás les vi, pero les escuché cada año, mientras nos dejaban los regalos en el salón. Pequeño idiota aquel compañero del colegio que se empeñó en que los Reyes eran los padres, pobre torpe, cuánto se perdió al jugar a ser mayor sin serlo...

-'¿Sabes que los Reyes son los padres?' Insistía con frecuencia un niño con el que a veces jugaba en el recreo de mi colegio.
-'Pues no, no son los padres, no te creo. Yo les he oído muchas veces y esas voces no son de mis padres, que además siempre duermen cuando ellos nos visitan... Es imposible, no es verdad'.
La historia de siempre desde hacía un tiempo. Ese chico estaba empeñado en aguarme una historia preciosa que se repetía cada año en enero. Aquella tarde de diciembre, con la Navidad en puertas, no pude reprimirme y asedié a mi padre con preguntas cuando vino a recogernos.
-'Me han dicho que vosotros sois los Reyes Magos, que todo es mentira y que no existen'.
Comenté en voz alta apagando la energía de mi hermano pequeño, que amenzaba con llorar ante semejante noticia. El mayor, por contra, reía y miraba a mi padre con gesto cómplice.
-'¿Qué dices, hijo, pero de dónde te has sacado eso? Como se enteren, que ellos están en todos lados y lo ven y lo oyen todo, te traerán carbón este año. Quienes no creen en ellos, no reciben nada, ya te lo dije muchas veces. Sabes que existen, así que no creas a quien te diga lo contrario'.
Yo permanecí callado todo el camino hacia casa. Mi padre me miraba a veces a través del retrovisor; mi hermano mayor jugaba con mi pelo para chincharme, buscando cambiar un gesto torcido por sonrisas; y el pequeño, sentado entre nosotros, sacó de su pequeña maletita un trozo de papel y gritó:
-'¡Papi, yo ya le he escrito la carta a los Reyes!'
Todos comenzamos a aplaudir y él sonrió con gesto de orgullo.

Pasaron las semanas y llegó la Navidad. Dulces, preparativos de un viaje familiar a Madrid, y una carta que llevaba días dando vueltas por el salón a la espera de que le dedicásemos unos minutos.
-'¿Habéis pensado ya lo que vais a pedirle este año a los Reyes?'
Preguntó mi madre.
-¡Siiiiiiii!
Respondimos a coro mis hermanos y yo.
-¿Y a qué esperáis para escribir la carta? Si no hay carta, no hay juguetes, ya sabéis que ese el trato.
Y listo. Yo pedí el Cinexin, casi que me conformaba sólo con eso. 'Eso y lo que ellos quieran', apostillaba; mi hermano mayor se centro en la clásica equipación del Sevilla y en coches para el Scalectrix, y el pequeño se debatía entre rodearse de Heman y compañía o esos animales que tanto le gustaban.
Pasó Nochebuena, el día 25, apuramos la estancia en Madrid y regresamos a Sevilla. Qué viajes sin fin en el Reanult 14... mejor me lo guardo para otro relato. Y tras Fin de Año, llegamos a la noche del cinco de enero. Cita ineludible en casa de mi abuela Carmina. La calle Asunción era una marea humana. Padres con sus niños a hombros y éstos atados a sus globos. Colores, colores y muchos caramelos y juguetes. La Cabalgata era algo mágico, y aún recuerdo cuando mi padre nos dejaba con mi madre y se introducía en la masa para acercarse a los pajes de sus Majestades de Oriente y les daba nuestra carta; era imposible ver cómo lo hacía, pero siempre cumplía su misión...

Cena mágica de los Cinco y vuelta a casa previa promesa a la abuela de regresar al día siguiente a ver qué juguetes encontrábamos en su casa. Lo recuerdo como si fuera ayer. 'Hoy tenéis que ser buenos y acostaros pronto, porque si los Reyes vienen y os encuentran despiertos, no dejarán nada...'. Así que dicho y hecho. Nunca costó tan poco a mis padres mandarnos a la cama. 'Mañana me levantas para ir a ver los regalos', me decía mi hermano mayor; 'Yo os levantaré a los dos', apuntaba el enano. Y silencio. Yo quería oírles, cada año lo hacía, así que no debía hacer el más mínimo ruido. ¡Y les oía! ¡Mi amigo del colegio mentía una vez más! Mis padres ya se habían acostado y había una leve luz en el salón. Les sentía beber de la copita de anís y comer turrón. Estaban preparándolo todo. Incluso podía distinguir con dificultad sus voces entre susurros. Alguna vez pensé en salir a saludarles, pero sabía que eso estaba prohibido, que o bien se asustarían sus camellos o podrían llevarse un disgusto los propios Reyes, así que me conformaba con pegar el oído a la pared. Pero les escuchaba y sabía que todo era verdad, sabía que mi compañero estaba equivocado, y eso me encendía una enorme sonrisa de tiza en la oscuridad de la noche.

A la semana siguiente, cuando regresé al colegio. Me crucé con el chico que solía marearme con esa gran mentira de que los padres eran los Reyes. Y fui claro para desenmascararle:
-'La noche de Reyes dormí con mis padres toda la noche. Ellos no se movieron de la cama. Y a la mañana siguiente el salón estaba lleno de regalos. ¿Sigues pensando esa tontería?'
Se le cambió la cara y se permaneció blanco, inmóvil.
-'¿Y qué te trajeron?' Preguntó.
-'Qué más te da, si no crees en ellos. Y si te dejaron algo deberías devolverlo'.
Marché en otra dirección, sonriente. Había usado una mentira piadosa para darle su merecido a un niño empeñado en jugar a ser más mayor de lo que le correspondía. La licencia de dejar de soñar porque sí no debe tomársela nadie. Yo, unos treinta años después, sigo creyendo en los Reyes Magos.