Todas las tardes, al regresar de colegio, repetía mi saludo de buenas tardes a mi madre, que estaba tumbada en el sofá del salón durmiendo. Con una mano le sujetaba la cara, y con la otra abría uno de sus párpados con todo el cuidado que un niño sabe tener... "¡Mamá, ya escoi aquí!". Ella me sonreía.
viernes, 13 de mayo de 2016
"¡MAMÁ, YA ESCOI AQUÍ!"
Todas las tardes, al regresar de colegio, repetía mi saludo de buenas tardes a mi madre, que estaba tumbada en el sofá del salón durmiendo. Con una mano le sujetaba la cara, y con la otra abría uno de sus párpados con todo el cuidado que un niño sabe tener... "¡Mamá, ya escoi aquí!". Ella me sonreía.
miércoles, 24 de junio de 2015
UN PASEO POR MONTERO
- ¿Ya hemos llegado, papá?
- Queda muy poco, todavía no. Yo os aviso...
Las noches de verano no enfrían el cuerpo, calientan el alma y el corazón, ilusionan. Anochece una tarde de finales de los años ochenta y un Renault 14 enfila uno de los carriles de tierra que conducen a las fincas privadas en las carreteras que unen Medina Sidonia y Vejer de la Frontera.
- Ahora sí, ya podéis sentaros en la ventana del coche con mucho cuidado.
- ¡Bien!
Mi padre paraba el coche y nos indicaba cómo debíamos sentarnos y dónde debíamos agarrarnos con ambas manos para estar seguros mientras mi madre le insistía en que fuera muy despacio. Él hacía un gesto de tranquilidad y el coche gris empezaba a moverse por los carriles sinuosos... así hasta que de repente aminoraba la marcha y mi padre alumbraba el camino con las luces largas...
- ¡Mirad! ¡Un conejo!
- ¡Qué bonito! Gritábamos mi hermano Patri y yo al unísono.
Así hasta llegar a un portón grande de hierro flanqueado por chumberas. El Toril. Un poquito más adelante, cuando el Renault plata de mi padre gira levemente a la derecha, leemos ese nombre escrito sobre la tapia de la entrada. 'Montero'. Así se llamaba la casa que mis abuelos tenían en el campo, entre Medina y Vejer, en plena ruta del toro.
Casi siempre nos esperaba Abuela Carmina al descender hacia la puerta de la casa por aquella rampa repleta de piedras y tierra. El coche llegaba envuelto en una nube de polvo.
Montero es mi abuela, y mi abuela es Montero y muchos recuerdos inolvidables de mi infancia. Noches interminables en la terraza de la casa haciendo una barbacoa con mis tíos y mis primos, y aquel olor que aún hoy sigue cosido a mi recuerdo... olía a campo, a calma, a estrellas y a gallinas dormitando en el silencio de un gallinero cercano.
Precisamente a las gallinas visitaba todas las mañanas. Me levantaba e iba directo a aquella cocina enorme diseñada para gigantes. Allí saludaba a mi abuela, a mis padres, a mis tíos... y pedía a mi abuela Carmina la huevera para ir a coger los huevos de las gallinas. - ¡Pero si ya los recogió Bruzón esta mañana! Me explicaba mi abuela riéndose. - ¡Ya verás como hay alguno más, abuela! Le respondía con sonrisa cómplice que más tarde sería todavía más grande al verme regresar con un par de huevos en mi poder. -¡Mira abuela, qué te dije! (...)
Los veranos en Montero son también baños en aquella alberca con mi hermano Patri y con Ignacio, más tarde. Horas jugando en el agua con tíos, primos, hermanos, mis padres... y la Abuela Carmina a menudo observando sonriendo, sentada en una silla a la sombra de un árbol con su bañador negro...
Excursiones en familia a la playa, partidos de fútbol con hermanos, tíos y mi padre en el Toril o justo detrás de la cocina. Las vacaciones en Montero eran también una aventura increíble con mi hermano Patri visitando a los toros o a los cochinos, o escalando una montaña enorme de paja en fardos que nos dejaría el picor atado a la piel hasta el día siguiente...
Son recuerdos que guardo en lo más profundo de mi corazón. Todavía hoy, a menudo, me siento en la ventana del Renault 14 gris de mi padre y recorro aquellos carriles de tierra que conducían a Montero, donde mi Abuela Carmina nos recibe siempre sonriendo...
- Queda muy poco, todavía no. Yo os aviso...
Las noches de verano no enfrían el cuerpo, calientan el alma y el corazón, ilusionan. Anochece una tarde de finales de los años ochenta y un Renault 14 enfila uno de los carriles de tierra que conducen a las fincas privadas en las carreteras que unen Medina Sidonia y Vejer de la Frontera.
- Ahora sí, ya podéis sentaros en la ventana del coche con mucho cuidado.
- ¡Bien!
Mi padre paraba el coche y nos indicaba cómo debíamos sentarnos y dónde debíamos agarrarnos con ambas manos para estar seguros mientras mi madre le insistía en que fuera muy despacio. Él hacía un gesto de tranquilidad y el coche gris empezaba a moverse por los carriles sinuosos... así hasta que de repente aminoraba la marcha y mi padre alumbraba el camino con las luces largas...
- ¡Mirad! ¡Un conejo!
- ¡Qué bonito! Gritábamos mi hermano Patri y yo al unísono.
Así hasta llegar a un portón grande de hierro flanqueado por chumberas. El Toril. Un poquito más adelante, cuando el Renault plata de mi padre gira levemente a la derecha, leemos ese nombre escrito sobre la tapia de la entrada. 'Montero'. Así se llamaba la casa que mis abuelos tenían en el campo, entre Medina y Vejer, en plena ruta del toro.
Casi siempre nos esperaba Abuela Carmina al descender hacia la puerta de la casa por aquella rampa repleta de piedras y tierra. El coche llegaba envuelto en una nube de polvo.
Montero es mi abuela, y mi abuela es Montero y muchos recuerdos inolvidables de mi infancia. Noches interminables en la terraza de la casa haciendo una barbacoa con mis tíos y mis primos, y aquel olor que aún hoy sigue cosido a mi recuerdo... olía a campo, a calma, a estrellas y a gallinas dormitando en el silencio de un gallinero cercano.
Precisamente a las gallinas visitaba todas las mañanas. Me levantaba e iba directo a aquella cocina enorme diseñada para gigantes. Allí saludaba a mi abuela, a mis padres, a mis tíos... y pedía a mi abuela Carmina la huevera para ir a coger los huevos de las gallinas. - ¡Pero si ya los recogió Bruzón esta mañana! Me explicaba mi abuela riéndose. - ¡Ya verás como hay alguno más, abuela! Le respondía con sonrisa cómplice que más tarde sería todavía más grande al verme regresar con un par de huevos en mi poder. -¡Mira abuela, qué te dije! (...)
Los veranos en Montero son también baños en aquella alberca con mi hermano Patri y con Ignacio, más tarde. Horas jugando en el agua con tíos, primos, hermanos, mis padres... y la Abuela Carmina a menudo observando sonriendo, sentada en una silla a la sombra de un árbol con su bañador negro...
Excursiones en familia a la playa, partidos de fútbol con hermanos, tíos y mi padre en el Toril o justo detrás de la cocina. Las vacaciones en Montero eran también una aventura increíble con mi hermano Patri visitando a los toros o a los cochinos, o escalando una montaña enorme de paja en fardos que nos dejaría el picor atado a la piel hasta el día siguiente...
Son recuerdos que guardo en lo más profundo de mi corazón. Todavía hoy, a menudo, me siento en la ventana del Renault 14 gris de mi padre y recorro aquellos carriles de tierra que conducían a Montero, donde mi Abuela Carmina nos recibe siempre sonriendo...
martes, 6 de noviembre de 2012
LA ZAPATILLA DE GOMA Y LA DE GOMAESPUMA
Eran tardes de verano, de invierno, de primavera o de otoño batiendo
el parqué o el mármol de casa a carrera limpia, rompiendo la tranquilidad a
grito pelado… hasta que la voz de Mamá se elevaba por encima de la nuestra en
señal de STOP. Entonces todos teníamos cierta habilidad, los tres, aunque por
la edad Patricio y yo siempre le tomábamos la delantera a Ignacio. Si mi madre
nos soportaba durante dos horas, su llamada de atención significaba que si
seguíamos convirtiendo nuestro hogar en una batalla campal entrarían en escena tanto
el Señor Pellizco de Tornillo como el
Señor Zapatillazo en el Culo.
Contra el primero apenas había vacuna: sólo correr y saber
esquivar a Mamá; pero contra el segundo teníamos la fórmula perfecta, la del
señor ‘cambiazo’. Mi madre tenía unas zapatillas de goma azules que solía usar
en verano, y otras de gomaespuma. Debíamos apañárnoslas para sólo insistir en
nuestra pesadez si tenía las zapatillas de goma puestas… o si tenía éstas pero
nosotros le cruzábamos en su camino las más ligeras. Ese era nuestro truco, y
os aseguro que era divertidísimo simular el dolor cuando realmente no existía…
¡hasta el día en el que algo no funcionó! Ignacio, el pequeño, no supo medir
sus gritos mientras peleaba conmigo o con Patri, no lo recuerdo; y apareció mi
madre en el cuarto con las temibles zapatillas de goma azules en la mano. Yo
usé la fórmula del regale de cintura, y mi hermano pequeño se quedo acorralado
en la cama ante mi madre y las famosas ‘enemigas’ de las talla 36. Fue la única
vez que vi el ‘hierro’ del 36 grabado a golpe de manotazo en el culo de mi
hermano pequeño. El día en el que la zapatilla de goma ganó a la de gomaespuma.
viernes, 28 de septiembre de 2012
MAMÁ, VOY A 'LA BORREGA'
En verano, Semana Santa, primavera o Navidad. La Borrega siempre estaba allí
esperándonos, apenas a un minuto andando de la casa de mi Abuela Charo, en
Sanlúcar la Mayor. Te acercabas y tocabas un par de veces a su ventana entreabierta para que dos minúsculos bracitos y un rostro anciano hecho al cuerpo de
una niña débil te preguntaran: ¿Tú de quién eres, de María José y de Patricio? ¿Qué
eres el mediano o el mayor? El sonido de la telenovela en el televisor se
apropiaba del silencio…
...Hasta que mi respuesta tímida dibujaba una sonrisa evidente
en el rostro de aquella señora a la que tanto me gustaba visitar siempre que
una peseta caía en mis manos. El polo de nieve era uno de los atractivos del
verano: los tenía de naranja y de limón; de coca-cola e incluso de menta; una delicia
que debías saber administrar para que te durase en el camino hasta la Plaza.
Gusanitos, manzanitas,
chimos, escalofríos, Kikos, regaliz… Ir al Quiosco de La Borrega era toda una experiencia para los sentidos que me
acompañara siempre. Recuerdo el tacto de las rejas frías en mis manos, el tocar
en su cristal durante todo el año y en la persiana durante las siestas del
verano. Discúlpeme, Antonia, si alguna vez interrumpí su descanso. Le doy las
gracias por haberme endulzado la infancia. Soy Antonio, “el mediano de María
José y Patricio”.
lunes, 21 de mayo de 2012
¿LE QUITAMOS LAS RUEDAS DE ATRÁS?
Eran las seis de la tarde. La hora bruja del
pequeño que está aprendiendo a montar en bicicleta. Bajo con papá en el
ascensor y cada piso que desciende se hace un mundo. Pantalones cortos
de cuadros; camisa blanca; rebeca azul marino; tirantes y zapatos
gorila. Mi padre ya peina su eterno pelo blanco. Se abre la puerta del
ascensor y salgo corriendo al descansillo del tercero de Jardín Atalaya,
en Camas, Sevilla. Mármol puro del que
resbala. Una carrera de frente y un leve giro a la izquierda para
quedarme pasmado delante de aquella puerta. Mi padre me sostiene del
hombro templando mi ánimo al tiempo que juega con sus llaves en la
cerradura. Se abre la puerta y la oscuridad, el frío, la humedad y el
olor a goma de rueda de bicicleta me dan las buenas tardes. ¡Se hace la
luz! Allí estaba mi BH roja pequeña esperándome en la esquina de aquel
diminuto trastero.
-Papi, ¿vamos a quitarle ya las ruedas de atrás?
-¿Estás seguro? ¿Mira que puedes caerte?
-¡No! Estoy seguro. Quítalas, por favor.
-Vamos allá. Acércame esa caja de herramientas...
-Papi, ¿vamos a quitarle ya las ruedas de atrás?
-¿Estás seguro? ¿Mira que puedes caerte?
-¡No! Estoy seguro. Quítalas, por favor.
-Vamos allá. Acércame esa caja de herramientas...
domingo, 6 de mayo de 2012
EL REFUGIO DE LOS RECUERDOS
Aquella noche tampoco pude reprimir las ganas de buscar cobijo entre mis padres. Era invierno. Había tormenta y cada vez que un rayo rompía el cielo se iluminaba mi habitación y se oscurecía mi mirada. Caminé hasta la puerta de mi cuarto, la abrí y recorrí el pasillo hasta la habitación de mis padres. Allí, sintiendo la reconfortable sensación del paso del mármol al parqué, me hice fuerte entre mi madre y mi padre y respiré tranquilo. Nada ni nadie podía hacerme daño. Me dormí (...)
-Y regreso a los primeros años de mi vida. Caminando sobre unas enormes zapatillas que se mueven solas y me llevan al cuarto de baño. Unas zapatillas que hablan y me enseñaban las claves para hacer pipí sin marchar ni mancharme. Unas zapatillas que por entonces anunciaban sus primeras canas.
-Y regreso a una tarde de miércoles en Jardín Atalaya; vuelvo del colegio junto a los amigos a los que he invitado a mi fiesta de cumpleaños. Ese día todos quieren sentarse a mi lado en el autobús. Al llegar a casa el timbre avisa a mamá, que abre la puerta cosida a una sonrisa y nos besuquea a todos... ¡Felicidades, Toñitito! En la mesita de la salita de estar hay un banquete. Fanta de limón y de naranja; cocacola; patatas fritas de todos los colores; pequeños bocadillos; chuchería... diversión y recuerdos...
-Y regreso a un sábado cualquiera a media mañana. Mi madre me ducha y me viste. Papá me peina como a un monaguillo. Pasar la mañana en el Mercado del Arenal era toda una aventura de los sentidos. El olor del puesto de encurtidos y mi hermano poseído por la magia del vinagre; ese frutero que te daba a probar una picota; o el carnicero que prometía a mi madre que su carne era la mejor... y sobre todo aquel vasito de lima que compartía con celo junto a mi hermano. ¡A quién le duraría más!
-Y regreso a una siesta en el sofá de casa. Mi cabeza reposando sobre el regazo de mamá, que me atusa los rizos y me lleva al sueño de mediatarde. Mi padre descansa el sofá de al lado.
-Y regreso a una tarde cualquiera a la vuelta del colegio. ¿Y las notas? pregunta mamá; Aún no me las han dado, respondo yo; Hemos llamado a tu tutor, han vuelto a quedarte a las matemáticas...
-Y regreso al abrazo de mis padres cuando supieron que había aprobado el carnet de conducir a la primera; o a la mirada cómplice de mi madre en el día de mi graduación como periodista; o al gesto de aprobación de ambos cuando comprobaron que la educación que me dieron durante años iba surtiendo efecto (...)
Y despierto de nuevo, refugiándome en el recuerdo de las dos personas más importantes de mi vida. A un lado él; al otro, ella. Cualquier día es bueno para decirles TE QUIERO.
jueves, 23 de febrero de 2012
UN CORAZÓN QUE LATE ENTABLILLADO
Estoy seguro de que mi corazón no es el único que ha latido entablillado durante algún tiempo. Hay miles, millones de millones de personas en el mundo que alguna vez han sufrido por amor. Ellos y ellas también saben qué se siente cuando un corazón late dentro de ti afligido o entablillado, como yo prefiero llamarle.
Lo mío con el desencuentro sentimental viene de lejos. Con apenas 18 años tuve mi primer tropiezo. Ella se equivocó, yo también erré, y ambos decidimos separar nuestros caminos cuando apenas había transcurrido un año. Pero aquel corazón era elástico y no sentía como siente el corazón maduro, mucho más sensible a todo. Pasaron los años y conocí a la primera persona que se hizo un hueco seriamente en mi pecho. Fueron unos tres años de relación y de nuevo la sensación de que ni esa persona ni esa relación estaban hechas para lo que yo estaba dispuesto a ofrecer ni para lo que yo estaba dispuesto a dar.
Entonces sí sentí de veras el latido de un corazón entablillado. Eran golpes torpes en el alma y en la sien; eran madrugadas en vela madurando torpemente un conflicto al que apenas encontraba solución. Uno no empieza a caminar de nuevo hasta que comprende que todo forma parte de una forma de ser; entonces desarrolla fórmulas y actitudes que sirven para curar esas lesiones más rápidamente y para sobrellevar mejor el día a día. Las ‘Pastillas del Tiempo’ fueron entonces mis mejores amigas. Hoy siguen siéndolo. Es bien sencillo: deja pasar el TIEMPO que todo lo cura, ¡déjalo pasar!
Tras aquel tropezón, como ya había hecho anteriormente, caminé en solitario, aprendiendo a hacerme cargo de mí mismo, ocupándome enteramente de mí, SÓLO EXISTÍA YO… y así llegamos a una situación de estabilidad similar a la que ya disfruté antes de conocer a mi primera pareja. Entonces apareció otra persona. Mi corazón, despojado de sus lesiones, dijo SÍ, y yo tampoco pude negarme a la evidencia. Fue una relación diferente, ni mejor ni peor que la anterior: diferente. Pero finalmente todo desembocó en una situación parecida tras algo más de año y medio de noviazgo. De nuevo, ni ella ni yo éramos esas dos `piezas’ dispuestas a renunciar a lo que hiciera falta por encajar en el puzle de la vida de la mano. Cuando dos corazones no quieren seguir latiendo al compás, lo ideal es dejar que sigan haciendo música por separado.
Y en esta situación me encuentro: de nuevo con un corazón que late entablillado. Aunque es más sabio que aquella primera vez y mejor paciente. Hoy apenas lamenta los tropiezos que le produjeron este malestar y se limita a tomar las famosas ‘Pastillas del Tiempo’ para recuperarse cuanto antes. Ningún traspiés podrá con la voluntad eterna de enamorarnos y compartir la vida con nuestra compañera. MI CORAZÓN está entablillado, pero sigue latiendo….
[continúa en Jaula sin Rejas]
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