
- Queda muy poco, todavía no. Yo os aviso...
Las noches de verano no enfrían el cuerpo, calientan el alma y el corazón, ilusionan. Anochece una tarde de finales de los años ochenta y un Renault 14 enfila uno de los carriles de tierra que conducen a las fincas privadas en las carreteras que unen Medina Sidonia y Vejer de la Frontera.
- Ahora sí, ya podéis sentaros en la ventana del coche con mucho cuidado.
- ¡Bien!
Mi padre paraba el coche y nos indicaba cómo debíamos sentarnos y dónde debíamos agarrarnos con ambas manos para estar seguros mientras mi madre le insistía en que fuera muy despacio. Él hacía un gesto de tranquilidad y el coche gris empezaba a moverse por los carriles sinuosos... así hasta que de repente aminoraba la marcha y mi padre alumbraba el camino con las luces largas...
- ¡Mirad! ¡Un conejo!
- ¡Qué bonito! Gritábamos mi hermano Patri y yo al unísono.
Así hasta llegar a un portón grande de hierro flanqueado por chumberas. El Toril. Un poquito más adelante, cuando el Renault plata de mi padre gira levemente a la derecha, leemos ese nombre escrito sobre la tapia de la entrada. 'Montero'. Así se llamaba la casa que mis abuelos tenían en el campo, entre Medina y Vejer, en plena ruta del toro.
Casi siempre nos esperaba Abuela Carmina al descender hacia la puerta de la casa por aquella rampa repleta de piedras y tierra. El coche llegaba envuelto en una nube de polvo.
Montero es mi abuela, y mi abuela es Montero y muchos recuerdos inolvidables de mi infancia. Noches interminables en la terraza de la casa haciendo una barbacoa con mis tíos y mis primos, y aquel olor que aún hoy sigue cosido a mi recuerdo... olía a campo, a calma, a estrellas y a gallinas dormitando en el silencio de un gallinero cercano.
Precisamente a las gallinas visitaba todas las mañanas. Me levantaba e iba directo a aquella cocina enorme diseñada para gigantes. Allí saludaba a mi abuela, a mis padres, a mis tíos... y pedía a mi abuela Carmina la huevera para ir a coger los huevos de las gallinas. - ¡Pero si ya los recogió Bruzón esta mañana! Me explicaba mi abuela riéndose. - ¡Ya verás como hay alguno más, abuela! Le respondía con sonrisa cómplice que más tarde sería todavía más grande al verme regresar con un par de huevos en mi poder. -¡Mira abuela, qué te dije! (...)
Los veranos en Montero son también baños en aquella alberca con mi hermano Patri y con Ignacio, más tarde. Horas jugando en el agua con tíos, primos, hermanos, mis padres... y la Abuela Carmina a menudo observando sonriendo, sentada en una silla a la sombra de un árbol con su bañador negro...
Excursiones en familia a la playa, partidos de fútbol con hermanos, tíos y mi padre en el Toril o justo detrás de la cocina. Las vacaciones en Montero eran también una aventura increíble con mi hermano Patri visitando a los toros o a los cochinos, o escalando una montaña enorme de paja en fardos que nos dejaría el picor atado a la piel hasta el día siguiente...
Son recuerdos que guardo en lo más profundo de mi corazón. Todavía hoy, a menudo, me siento en la ventana del Renault 14 gris de mi padre y recorro aquellos carriles de tierra que conducían a Montero, donde mi Abuela Carmina nos recibe siempre sonriendo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario