Eran las seis de la tarde. La hora bruja del
pequeño que está aprendiendo a montar en bicicleta. Bajo con papá en el
ascensor y cada piso que desciende se hace un mundo. Pantalones cortos
de cuadros; camisa blanca; rebeca azul marino; tirantes y zapatos
gorila. Mi padre ya peina su eterno pelo blanco. Se abre la puerta del
ascensor y salgo corriendo al descansillo del tercero de Jardín Atalaya,
en Camas, Sevilla. Mármol puro del que
resbala. Una carrera de frente y un leve giro a la izquierda para
quedarme pasmado delante de aquella puerta. Mi padre me sostiene del
hombro templando mi ánimo al tiempo que juega con sus llaves en la
cerradura. Se abre la puerta y la oscuridad, el frío, la humedad y el
olor a goma de rueda de bicicleta me dan las buenas tardes. ¡Se hace la
luz! Allí estaba mi BH roja pequeña esperándome en la esquina de aquel
diminuto trastero.
-Papi, ¿vamos a quitarle ya las ruedas de atrás?
-¿Estás seguro? ¿Mira que puedes caerte?
-¡No! Estoy seguro. Quítalas, por favor.
-Vamos allá. Acércame esa caja de herramientas...
lunes, 21 de mayo de 2012
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Muy bonito...recuerdos...
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